Livia





Hay biografías que decepcionan, y hay otras documentadas y expuestas de tal manera que dejan en el lector una sensación de respeto hacia la tarea intelectual del biógrafo, ...aunque en el caso de la biografía sobre Livia del historiador británico Anthony A. Barrett se lamente uno hasta cierto punto de que el contenido sea el que es.

Y es que para muchos, incluido para mí mismo, Livia, la primer emperatriz romana, es, en cuanto que personaje, la Livia descrita por Robert Graves en su libro Yo, Claudio, y llevada a las pantallas de televisión por la BBC hace ya bastantes años. Para todos aquellos que hemos visto esta serie, Livia, su rostro, su voz, sus ademanes, su historia, acudirá siempre a nuestra memoria encarnada en la figura de la gran actriz británica Sian Phillips . La magnética brillantez de su interpretación de la esposa de Augusto ha creado una Livia que tiene fuerza y entidad propias, hasta cierto punto como algunos personajes literarios. La serie televisiva, a pesar de su complejidad, de su duración y de su puesta en escena, conserva un cierto carácter de gran obra de teatro filmada, y el personaje de Livia, junto con el de Claudio, y en menor medida otros muchos de su gran reparto, mantiene hasta el final un magnífico nivel y crea un personaje coherente que tiene vida en sí mismo, independientemente de hasta qué punto está cerca o lejos de la Livia histórica que pretende representar.

Con todos los respetos que merece que el personaje teatral (o televisivo) de Livia tenga una entidad propia, el libro de Anthony Barrett intenta presentarnos con rigor y exhaustividad a la otra Livia, la real, verosímilmente muy alejada de aquella grabada en nuestra memoria por la interpretación de Sian Phillips. Necesariamente se nos aparece como una Livia muy desdibujada de la que solamente se pueden trazar ciertos rasgos incompletos si no queremos entrar nosotros también en el mundo de la literatura abandonando el de la historia. Y en este sentido este libro se caracteriza por el rigor y la solidez de la investigación, basándose en una interpretación crítica de todas las fuentes textuales disponibles y en el análisis de los más recientes hallazgos arqueológicos y de las fuentes numismáticas y epigráficas repartidas por museos y colecciones de todo el mundo. Hasta cierto punto se podría decir que la biografía, en el sentido de relato ordenado cronológicamente de la sucesión de acontecimientos de un vida, ocupa la primer parte del libro, mientras que la segunda parte de la obra pormenoriza otras dimensiones de lo que fue la vida de la emperatriz (“Livia en privado”, “Esposa del emperador”, “Mujer de fortuna”, “Amiga, benefactora y protectora”, “Muerte y fama”).



Es inevitable preguntarse al leer esta obra qué grado de similitud o de distancia hay entre el personaje real y el literario o teatral. Y la verdad es que hay bastante. No pueden negarse con absoluta seguridad las diferentes acusaciones de asesinato que la historia ha formulado contra ella, principalmente a través de las insinuaciones del historiador romano Tácito, que es criticado abiertamente en este libro mientras se ponen en entredicho muchas de sus afirmaciones. La Livia que nos describe Anthony Barrett se nos muestra como una mujer indudablemente poderosa, involucrada en mayor o menor grado en los acontecimientos políticos de su tiempo, respetada e incluso adorada como diosa en algunos lugares del Imperio ya en vida (y oficialmente en Roma a partir de la época del emperador Claudio), pero con pocas posibilidades de que sean ciertas las acusaciones que la presentan como maquiavélica asesina que habría conseguido, por la vía de eliminar físicamente a los rivales y de maniobrar tras la escena con habilidad, que su hijo Tiberio (fruto de un primer matrimonio) se convirtiera en heredero de Augusto y nuevo emperador. El autor lo advierte desde el mismo comienzo del libro de esta manera:

“En la Antigüedad abundaban los rumores que decían que Livia tenía tendencia a eliminar a sus adversarios envenenándolos (aunque lo mismo se rumoreaba de otras mujeres de la familia imperial). Se han dedicado ríos de tinta a tratar de esclarecer la verdad sobre casos similares de envenenamiento, pero, lamentablemente, ha sido tinta desperdiciada en gran parte. Incluso en la investigación de un asesinato en nuestros días, realizada por un equipo profesional con ayuda de la medicina forense y de los análisis químicos, muchas veces es imposible emitir un veredicto certero cuando hay sospechas de envenenamiento. Intentar determinar la verdad para una época en la si un corazón no ardía en la pira funeraria se consideraba demostración suficiente de que el difunto había sido envenenado, es una empresa fútil a todas luces. Es cierto que entonces se recurría mucho al veneno, pero el sentido común dicta que en cualquier caso específico la única actitud que cabe considerar prudente es la de optar por el veredicto escocés de “No demostrado” y contentarse con ello."
(p. 11-12)

La supuesta carrera como asesina de Livia habría comenzado, de acuerdo con las acusaciones más habituales, con el envenenamiento de Marcelo, el sobrino de Augusto, del cual se conserva en el Museo del Louvre una bellísima escultura que muestra sus rasgos físicos tras una apariencia idealizada. Sobre esta muerte nos dice el autor del libro lo siguiente:

“En este punto Dión acusa a Livia de haber recurrido al homicidio para despejar el camino a sus propios hijos, provocando así la muerte de Marcelo porque Augusto le había otorgado prioridad a todas luces. Este es el tipo de acusación que se ha dirigido habitualmente contra ella, a menudo en contextos que revelan lo absurdo de las alegaciones. También es algo que resulta imposible de refutar. Pero merece la pena señalar que, aunque Dión saca a relucir este tema, él mismo se muestra escéptico al respecto y añade que otras fuentes anteriores (que no menciona) están también en desacuerdo. Además, indica que aquel año y el siguiente Roma sufrió el azote de varias plagas que se cobraron muchas vidas. En el caso, muy poco probable, de que Livia tuviera algo que ver en la muerte de Marcelo, habría que decir que cometió un grave error de cálculo. En efecto, sus hijos no obtuvieron ninguna ventaja política de aquella muerte. El único que se vio beneficiado fue Marco Agripa.”
(p. 68)

Posteriormente habrían sido eliminados o hechos caer en desgracia otros miembros de la dinastía que entorpecían el camino de Tiberio hacia el poder (y supuestamente el de la propia Livia hacia la conservación de ese poder tras la muerte de Augusto): Agripa, sus dos hijos Cayo y Lucio, la madre de estos Julia la Mayor (y posteriormente su hija Julia la Menor), Druso (hijo de la propia Livia y padre de Claudio), Póstumo y el popular Germánico (su propio nieto). El libro estima como poco verosímiles estas acusaciones, aunque los dos mil años transcurridos hagan imposible dar respuestas concluyentes, y aporta información que muestra que en algunos casos Livia no solamente parece haber sido ajena a esta cadena de tragedias, sino que en cierto modo podría haber actuado exactamente en sentido contrario. Ciertas inscripciones sugieren su ayuda d a Julia cuando esta última fue desterrada (p. 90), y sólo tras su muerte se dieron las condiciones que permitieron que se acelerará la ofensiva de Sejano contra algunos miembros de la familia imperial, que fueron eliminados poco tiempo después (Agripina fue proscrita, muriendo durante su exilio en terribles condiciones, y dos de sus hijos fueron encarcelados y muertos). Al mismo tiempo aumentaron a partir de ese momento los juicios y las ejecuciones por acusaciones de traición y delitos de lesa majestad (p. 318). Sin duda muchos senadores que perdieron la vida en los años siguientes a la muerte de la emperatriz no compartirían la visión que de ella da la obra de Robert Graves.

A pesar de todo, está claro que se nos escapan cuestiones fundamentales. Uno de los párrafos más interesantes del libro es el que puede leerse en la página 102, en la que se nos expone una teoría que, de ser cierta, podría explicar muchas cosas y en la que el autor no puede profundizar más ya que se trata de simple especulación:

“No podemos descartar la posibilidad de que Póstumo, aunque sólo fuera como un mero peón, participara en algún tipo de intriga política seria, si no para destronar a Augusto, sí al menos para asegurarse de que no le sucediera un hijo de Livia, sino un miembro del linaje de Julia. Y si alguien estaba animando a Póstumo a verse desempeñando un posible papel en la sucesión, cabría preguntarse quién le exhortaba a ello. Aunque en las fuentes históricas no hay afirmaciones explicitas sobre el asunto, muchos estudiosos han aceptado la idea de que existía un “partido juliano”, que sería el responsable de gran parte de la propaganda “anti-Claudios” dirigida contra Livia y Tiberio, que sobre todo aparece en Tácito y que es probable que derive de las memorias de Agripina. Se ha cuestionado seriamente la existencia de una facción juliana y otra claudia dentro de la familia imperial, alegándose que la extensa red de las adopciones habría anulado en gran medida la división entre los simpatizantes de los dos linajes. Pero sí es posible que hubiera una escisión entre los simpatizantes de la primera esposa de Augusto (Escribonia) y su hija Julia, por una parte, y los seguidores de Livia y su hijo, por la otra. De todos modos, no está demostrado ni mucho menos."

Comentarios

Martín L. ha dicho que…
De todas maneras, no cabe duda de que la Livia de Robert Graves es un personaje brillante, y seguramente mucho más interesante que la Livia "histórica".
RIVER111 ha dicho que…
Seguro que sí. A mucha gente le gusta Livia, y eso es por la actuación de Sian Phillips y por la descripción de Robert Graves, aunque no sean “autenticas”.

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